Al ver una buganvilla en flor la semana pasada en Atenas,
pensé en aquella dejada atrás hace mucho tiempo en la primera casa de mi
infancia. Siempre las buganvillas tienen carácter, se notan, se aprecian. Sin olor,
desde luego, sus flores parecen hojas alegras de papel.
El poder del presente es sorprendente. Cabe un instante
para que podamos volver a las raíces, a una imagen congelada, a la nostalgia
que se vive como si fuera otro tiempo paralelo. En este sentido es inevitable
que el pasado nos guiñe el ojo.
La buganvilla dejada, mi planta inmortalizada. La veranda
eterna.
Comments
Post a Comment