Tras pasar un fin de semana exótico delante de la pantalla, borrando correos de Yahoo! para poder alcanzar el límite de 20MB, - en vez de 57.8MB ahora tengo 17MB-, me pregunto:
¿Es agosto un fantasma?
¿Se siente que estamos en el tercer mes del verano pese
al calor extremo mediterráneo?
A lo mejor la raíz de este mes no proviene del emperador Augusto
Octaviano sino de la a(n)gustia mortal y muy humana que nos hace pensar en el
tour de las prioridades decididas. Es que vivimos lejos de la naturaleza. De hecho,
nos morimos por los árboles frescos, los pinos llenos de su resina y piñones. Además
de eso, vivimos más que una vida normal, la que solían seguir los padres, quienes
no tenían ni móvil ni correo, aunque fueran más libres, a mi opinión.
Somos víctimas de nuestros deseos contradictorios. Porque
hacemos una cosa para respirar y otra para cobrar. Porque recibimos correos sin
parar. Claro, nos interesa la vida pop de las ofertas en ese mundo imaginario,
de la velocidad, de la convicción que “no avanzas” sin correo. Y es así. Comparto
la opinión que, si no fuera por mi “email”, no habría hecho las cosas que pude
lograr. ¿Es el reto? Puede ser.
Creo que el correo es mi equipaje digital. Un equipaje
que no había deshecho seriamente nunca, desde 2005, porque tenía capacidad de
1T. Ahora, han decidido que no.
El dinero vale más que antes, cuando el chocolate negro de
Pavlidis cuesta 3 euros y 45 céntimos, mientras antes – hace dos o tres años-
costaba 1 euro y 18 céntimos. Enorme. Diferencia ridícula.
Entonces, después de ese paréntesis, se ve que la vida se
interpreta más ahora a través de un punto de vista económico. Y cada vez más en
el supermercado o en tiendas de ropa nos piden el correo para que nos hagamos
socios, recibamos la factura y tengamos ventajas.
Pues, de ahora en adelante, después de haber perdido un
día de playa, hundida en la pantalla de los correos, creo que no. Voy a pensar
muy serio si tengo que dar mi correo. Cada imagen cuesta. Y como antes del
covid, en la crisis de 2010 muchos pararon de imprimir carteles, creo que
estamos ya en la época en la que dejaremos de recibir muchos correos de prensa,
con recortes, información, imágenes y tal. Está claro que vivimos bajo el poder
y la vigilancia de los códigos. Nos darán códigos personales a través de los
cuales se puede elegir, descargar, terminar. Adiós, newsletters. Adiós, elencos
infinitos.
Me di cuenta de que todo eso era una carga del tiempo,
una masa agotadora. Nos convierte en fantasmas. En sombras salvajes, aunque
bien adaptadas en el ambiente.
Estamos ya en el mes del disfrutar. Según la cultura pop
de nuestros días, somos casi fracasados en el trabajo, si no hay ninguna
diferencia en el programa cotidiano. Verdad amarga.
La verdad más amarga que la anterior, sin embargo, es
que el agosto sí que existe. En Kenya, en el desierto. En el mar y las islas
cicladas. Somos nosotros los que no estamos. Estamos casi como si fuéramos
fieras prometedoras. Casi quiere decir que no.
Me pregunto hasta cuándo estemos, por otro lado. ¿Hasta
cuándo dura el poder de la promesa y la magia del verano?
Feliz mes.
Feliz pensamiento.
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